08 octubre 2009

Sobre mi madre y el río Pisuerga


No está aquí. No conozco el lugar donde se halla hace unos años. La recordaré siempre y no por sus palabras, ni por grandes puestas en escena, que apenas puedo recordar si participó en alguna. Ella no se dejaba ver por nadie. Dedicó miles y miles de días a nosotros, sus hijos. Sus catorce recuerdos metidos en un saco que pesaba demasiado para cargarlo cada día y no perder a través de algún indiscreto agujero, uno u otro momento de tantos que allí se guardaban.
Era guapa. Lo vi en alguna foto perdida por los cajones siempre revueltos por las nerviosas y menudas manos de unos y otros. Si, guapa, morena, de ojos muy oscuros y grandes que nunca parecían fijarse en punto alguno. Ella, que se quedó sin vida por dar la vida; que se conformó con apenas nada, que no pedía mas allà de lo justo.
Con el paso de los años me costaba mas saber quien era, en que pensaba, que quería, lo que sentía, si lloraba o reía en sus ratos de soledad, sobre todos los últimos, en que teníamos la sensación de que hubiese abandonado toda posibilidad de seguir siendo ella.


A veces la pregunté si soñaba. En otras ocasiones quise saber si creía en algo, o si conoció el amor.
Recuerdo mas de un día que entre biberones y pañales, pucheros en la lumbre, uniformes colegiales colgando de los respaldos de las sillas listos para planchar, de pronto, aparecía con la falda anudada a ambos lados, un pañuelo floreado atado en la cabeza con un gran lazo arriba, los brazos en jarra sujetando una fuente con frutas, y cantando la canción de "mami panchita". Genial.
No puedo explicarla, la desconozco, esa idea o pretensión o ilusión suya que la hacía pensar en su posible ascendencia mejicana, maya, o algún otro lugar de aquella zona; el caso es que sus rasgos en ocasiones me llevaban a creerla, y sobre todo, la verdadera curiosidad que sentía por los temas relacionados con los misterios de aquellos lugares: los ovnis, las leyendas... y su ilusión por viajar algún hasta allí, escuchar rancheras...
Su literatura favorita eran los libros de Benítez.
En el barrio se asombraban cuando los Domingos veían aparecer una tras otra, niñas vestidas todas con sus falditas cortas del mismo color y los calcetines blancos, con sus coletas largas bien peinadas; y los niños, mas pequeños, siempre sujetos de la mano de alguna de nosotras, dirigiéndonos al parque "Campo Grande" donde invariablemente alguno se perdía.
En las tardes de verano cuando ya no acudíamos al colegio, y nos obligaban a dormir la siesta para salvar el calor de la tarde y, supongo, liberarse un ratito de nuestras voces y peleillas, solo conseguía que un montón de pequeños pedigüeños la atosigaran hasta que su mano sacaba unas monedas del bolsillo para comprarnos unos polos con forma de banana recubierta de chocolate o los de hielo con sabor a naranja, limón o fresa.
¿Recodáis que monedas corrían por nuestras carteras en los 60?. Yo si, porque me harté de pedir una a los pocos días de nacer uno de mis hermanos, no recuerdo cual. Yo solía estar destinada a vivir con mí madrina los días siguientes a nacimiento de algún nuevo hermano, como otros estaban al cuidado de otros familiares, y en esa tarde mi madrina y yo fuimos a casa para interesarnos por mi madre y el recién llegado, y yo, mosca cojonera (que llaman en mi tierra), sentí morriña cuando supe que otros ya estaban de regreso, y quise quedarme, pero aun no era el momento, entonces, y en plan chantaje, le pedí a mi madre una peseta que por supuesto me negó. Pero insistí -¡ media peseta!-. Nada, que según ella, las pesetas no se podían partir. Pero claudicó cuando dije que las pesetas con un agujero (el real) también valían para comprar. ¡Bien!, ya tenía mi fresón de fresa y nata!. Aún tardé unos días en volver a mi casa.
Son tantos los momentos en que puedo acordarme de ella, y tantas sus experiencias aún sin apenas relacionarse con el mundo.....


Ella no está aquí, y desconozco el lugar donde de halla, pero pocos días antes de irse, a escondidas de tomó unos sorbos de la gaseosa que había sobre mi mesa y unas gambas, que su cabezonería me obligó a ponerla en su plato de sopa de pescado que nunca llegó a comer. Me devolvió el momento de la peseta, como una niña mas. Estamos en paz para siempre.
Ya no sueño viéndola sentada en el sofá mirando la tele sin verla, ni entrando en mi dormitorio con intención de despertarme para que la acompañe a pasear. Ya no llevo flores, ni sortijas a su casa, ni ella cocina para nosotros, el 1º Domingo de Mayo, pero está siempre con nosotros.

 Foto 1- nosotros aquel día/
 Foto 2- llevándola donde nos pidió/
 Foto 3- su lugar, con rosas blancas.