12 mayo 2009

OTRO MODO DE AMAR.

Podría contar como imagino el gran amor de mi vida, pero cuando lo intento me doy cuenta de que no existe un amor perfecto. Podría contar sobre algunas experiencia ya pasadas, pero me ocurriría que como ya terminaron, por muy especiales que hayan sido, tuvo que ocurrir algo que decepcionó a uno o al otro convirtiendo el amor en algo inoportuno O, puede que yo misma sin saberlo, lo buscara así, no se porque razón. Y es que me resulta tan fácil querer a alguien, que tal vez por eso lo quiero tanto, que un descuido, un día menos inspirado, alguna conversación desafortunada o una simple frase en un momento inoportuno, puede hacerme dudar. Si eso ocurre, ese día será para mi, como un túnel larguísimo en el que me resultará especialmente difícil decidir por donde he de seguir para encontrar una salida.
Bueno, sabía que no debía escribir sobre esto.
Entonces escribiré sobre otras maneras de amar. Contaré algo que me sucedió siendo aun niña, un sentimiento de amor sin condiciones, que no espera nada y se conforma con lo que siente.
Se lo dedico a una mujer que supo transmitirme el amor sin mas.
" En los ocho años que acudí cada día al mismo colegio, llegué a sentir aprecio por tres de mis maestras. De dos de ellas no hablaré en este momento, pero si de una de ellas. Se llamaba ÁUREA. La niñas la conocíamos por el nombre de Aurita.
Era una mujer grande, ni guapa ni fea, con aire algo triste. Nos enseñaba Lenguaje y Literatura con unos libros enormes y pesados encuadernados en cartón duro que se llamaban Senda. Creo que aun los conservo en casa de mi madre.
Con Aurita pasó algo especial. Se situaba pe pies delante de su mesa para explicarnos los entresijos de la poesía y las obras de teatro. Era muy extraño el día que yo no veía alrededor de ella una franja, una especie de linea de color blanca o azul muy claro. Normalmente era una linea de unos cinco centímetros que rodeaba a mi maestra, toda entera aunque se moviera ; se veía si estaba de frente, de perfil, sentada o andando, siempre. Me recordaba a la Luna dando vueltas alrededor de si misma, como si todo el espacio del aula dependiera de ella. Era de un azul muy pálido, y según recorría esa linea con la mirada, llegando a su cabeza cambiaba algo de color, pareciendo a veces de color amarillo muy suave y blanco.
Ella nos contaba, cuando no teníamos ganas de estudiar, historias sobre regalos que le hacían los gitanos de un barrio de chabolas de mi ciudad, donde acudía cada semana, creo recordar, para ayudar a que aprendieran a leer y escribir. Ella nos contaba como la invitaban a cenar ante una hoguera, las ratas que antes habían cazado los chicos, y que la mostraban como un triunfo, insertadas en un alambre, igual que una ristra de ajos. No es que las comieran, al menos cuando Aurita estaba allí, pero estaba segura de que muchos días acababan cocinadas.
Aurita nos pedía ropa, zapatos, libros cuadernos, pinturas...para sus niños del poblado.
-¿ Lo recuerdas AURITA ? Tengo muy buena memoria, amiga mía.
El último curso que acudí a ese colegio (ya tenía trece años), sintiendo que se me acababa el tiempo de estar cerca de ella, no pude reprimirme, y le pedí una fotografía a mis señorita Aurita. ¡ Que curioso su nombre !. Tenía tanta relación con ella.
No se porque hablo tanto es esta ocasión. En realidad comencé con la intención de hablar de mis amores, pero habrá otras ocasiones.
Sigo.
Mi maestra me prestó una foto de su retrato junto a su madre, ya muy anciana, que prometí devolver cuando dijo que quería conservar el recuerdo de su mama. Días después comencé a dibujar el retrato de mi maestra; la pinté, en la lámina mas grande que encontré, todo a lapicero gris. Nunca supe por que no lo hice con colores, teniendo en cuenta que ella siempre me pedía que adornara mis trabajos de literatura con grandes dibujos coloreados. Decía que le gustaba ver bonitas las páginas de mi cuaderno de poesías y relatos. Me ponía un diez por lo bonitos que presentaba los trabajos que ella me pedía. Lo que desconocía, es que algunas noches necesitaba horas para hacerlo, como el día que dibujé a Platero en un prado, con un sombrero de paja que dejaba al aire sus grandes orejas a través de dos agujeros, y marqué tan fuerte los colores en el papel que poco faltó para atravesarlo.
Siempre la quise, siempre escuché durante sus clases, y siempre agradecí sus palabras cuando se percató de que me había enamorado de una niña de segundo curso.
Si, me enamoré de ella por los ojos que tenía ¡Parecían dos almendras gigantes!. Yo estaba en cuarto curso cuando ocurrió. Le regalaba chupachús con forma de fresa que valían media peseta entonces y regalices negros, de esos que con una peseta podías llevarte diez barritas. Era la hija del carbonero, decían por allí, y pecaba de mucho raspe, haciendo que las demás niñas la apartaran en sus juegos.
Yo la protegía desde lejos, cuidaba de que no le pasara nada, pues solía pegarse con las demás cuando se enfadaba. A veces, me sentaba en la piedra que sujetaba la canasta de baloncesto y la miraba durante todo el recreo, sin acercarme, y no le daba los caramelos. Solo miraba sus ojos.
Mi maestra, Aurita, se fijaba en todo lo que ocurría, y un día me contó una historia sobre una niña del poblado de chabolas, y poco después nos la presentó en clase. La niña ya era mayor, con la piel muy oscura, muy guapa y con negros tan grandes como los de mi pequeña salvaje. Nos contó que de pequeña era muy tímida y no hablaba con nadie, hasta que Aurita la enseño a estudiar hasta que consiguió ser maestra, como ella. Después, cuando todas salieron del aula, mi maestra me preguntó que pensaba de la chica gitana y me dijo que era la única gitana maestra. Me dijo que mi niña de segundo curso, también sería maestra, o tendera, o modista, aunque ahora se pegara con todas las niñas del patio algún día sería mayor. Comprendí lo que me decía.
Años después de abandonar el colegio, tuve el impulso de buscar a mi maestra para devolverle su fotografía como le prometí. Fue en una época de muchos conflictos para mi, por cuestiones de amor. Busqué por todos los armarios deshaciéndome de cientos de pequeños recuerdos, de papeles, figuritas que me regalaron en un pasado, ropas....Entre todo esto estaba la foto de mi maestra. Sabía que estaba allí y no paré hasta encontrarla.
Me supuso un gran esfuerzo encontrar a Aurita porque nunca supe donde vivía, pero di con ella y un día me acerqué a su casa. No se encontraba muy bien; aún así, se alegró de verme y me invitó a entrar. Su madre había muerto dos días antes. Nunca olvidaré su rostro cuando le devolví su pequeña fotografía. Llevaba el dibujo de su retrato junto a su mama en una lámina impecable, en blanco y negro. Solo pretendía enseñársela, pero se la regalé.
Ahora solo tengo a mi maestra preferida, la que mas quise, la que seguía teniendo un halo blanco que la envolvía, en mi recuerdo.
Eloisa

AYER, COMO HOY


" TURBIA ES LA LUCHA
SIN SED DE MAÑANA.
¡ QUE LEJANÍA DE OPACOS LATIDOS !
SOY UNA CÁRCEL,
CON UNA VENTANA
ANTE UNA GRAN SOLEDAD DE RUGIDOS.
SOY UNA ABIERTA VENTANA
QUE ESCUCHA
POR DONDE VA TENEBROSA
LA VIDA, PERO,
 HAY UN RAYO DE SOL EN LA LUCHA
QUE SIEMPRE DEJA
LA SOMBRA VENCIDA. "
Eloisa