Es 1 de Noviembre de 2011. Todo cuanto planeé realizar se va al carajo. Es día festivo y aquí, en el pueblo donde habito, no oigo ruidos, como si la población hubiera desaparecido y me encontrara en medio de un mundo deshabitado. Es el día de Todos los Santos, el día de los muertos, el de las tumbas y las flores, las papeleras de los cementerios repletas de ramas secas, tierra y polvo.
Quien sabe si algún escritor romántico, algún Alan Poe, vagará por aquellos sagrados lugares en busca de inspiración para su nuevo relato.
Me siento rara. Una gran calma ronda a mi alrededor y al mismo tiempo siento que debería estar en otro lugar y no donde estoy, como si una deuda pendiente no me dejara olvidar ni tampoco avanzar, dejándome aquí envuelta en algo sin nombre, un destino transparente que me deja ver cuanto ocurrirá hasta mi último día, que a veces dejo que se convierta en un presente de espejos que me devuelven una y otra y otra vez mis propios pensamientos.
Hace días que planeé comprar flores muy blancas, cojer un autobús que me acerque al cementerio y permanecer allí por un tiempo no decidido, despertar pronto para pasear a mi perrita y así tener el día libre y abierto a cúanto quisiera surgir, subir a un tren que me llevara a mi ciudad, a mi cementerio, que me acercara a saludar a quienes ya se marcharon y me dejaron la obligación de hacer un huequecito mas en mi memoria donde se pudiera albergar la suya. Planeé tambien no planear nada y dejar que mi destino me llevara a la situación que hoy, el día de los muertos, eligiera para mi. Y aquí estoy. En un lugar que no es mi lugar, una casa que no es mi casa, un silencio que no siento que es mi silencio.
Sólo lo que dicen estas palabras es mío.
En un rato comenzaré a escuchar los sonitos del pueblo, porque aquellos que lo silenciaron esta mañana, regresaran de donde fueron, abandonaran la compañía que aparentemente hacían a sus muertos, para ocuparse de llenar sus estómagos y con su regreso traerán los ruidos.
Que raro. Cuando no hay ruido me doy cuenta de lo silenciosa que soy. Siempre lo he sido y creo que tambien seré tan silenciosa cuando me vaya. Y en silencio he vivido las muertes que me hicieron creer morir, y mís muertes.
Hoy es el día elegido para ocuparnos de los muertos, y me entra un no se que que me hace estar inquieta al recordar que nunca he llorado cuando murieron los míos. No se porqué.
Recuerdo el día que murió mi hermano Carlos. Era Sábado, un 14 de Marzo; tenía veintiocho años y se fue. Salí de allí y caminé mucho, y despues de su entierro al día siguiente, sólo se me ocurrió salir a pasear por el parque y las calles que rodean la Plaza Mayor de mi ciudad con mi hijo y unas vecinitas que no paraban de reir y correr inocentemente. Recuerdo que lloré por él unos cuantos años despues durante una conversación con una amiga que me recordó en tono paternalista mi silencio.
Recuerdo el día que murió mi madre, un ocho de Octubre. La toqué tímidamente la mano para despedirme de ella y salí de allí. En esta ocasión creí encontrar consuelo en alguien, pero curiosamente ahora soy incapaz de traer a mi memoria ese consuelo porque tal vez no llegué a tenerlo.
Recuerdo el día que murió mi hermana Amparo una madrugada de finales de Agosto. No pude llorar ni ponerme nerviosa. La ofrecí agua y acariciaba su rostro mientras la contaba que no estaba sola. Un mal día que agotó la poca energía que me quedaba. Me sentí sola, culpable por estar viva mientras ella se iba, y pensé que nunca había mentido tanto como lo hice en aquellos últimos meses. Ella me lo ha recordado en muchas ocasiones.
Y no se porqué no puedo llorar cuando mueren. No se porqué soy silenciosa en sus muertes y en mís muertes. No se porqué no grito cuando algo muere en mí, porqué no me revelo, porqué no arremeto contra alguien o contra algo cuando me arrebatan lo que es mío, porque no salgo corriendo de aquello que me atrapa. No se porqué sólamente en sueños alguien me dice lo que ocurre. Pero los sueños no tienen la posibilidad de cojerme de la mano y obligarme a saltar, o, a correr, a gritar, al menos, a llorar.
Esta noche he soñado de nuevo que se posaba en la tapia del patio un pájaro amarillo, de un amarillo tan, tan brillante, que creía encontrarme dentro del mismo Sol, y cantaba con un trino tan fino y elegante que deseé escucharlo durante toda la vida. Sólo existía ante mi aquel pájaro amarillo que ya he visto otras veces, tan majestuoso, tan amarillo, asombrosamente brillante, de una belleza casi mágica, un cuerpo delicada, ojos maravillosos y una mirada tierna y amistosa, allí posado sobre la tapia de mi patio, junto a la puerta, cantándome. Nunca lo olvidaré. Incluso he pensado si no serán ellos, los míos, que me recuerdan que aun tengo vista para mirar la belleza, que aun conservo los oídos para escuchar las palabras bonitas y los bellos pensamientos, que aun tengo capacidad para sorprenderme y admirar. Quién sabe.
Maite